13.6.14

Día libre, día de promesas, día de actividades, día de relajo, día en el que te llama la jefa para avisarte que una compañera está enferma y que debes cubrirla. Chao día libre. Chao cervezas. Chao planes. Chao nenas en bikini. Chao todo. Lavo la ropa, doblo la ropa, guardo la ropa, me pongo la ropa, voy a la pega, se me moja la ropa, llego a la pega, me cambio de ropa. Un tanto emputecido por la obligación de gastar mi hermoso tiempo de improductividad en hacer algo provechoso y productivo, me pongo a trabajar no para hoy, sino para mañana, cortando, limpiando, y picando pimentones, tomates y cebollas a granel, kilos kilos y más kilos de verduras bajo la implacable furia de mi cuchillo de mantequilla, con el más brutal soundtrack compuesto por Sandro, The Kooks, y Nujabes. Brutal. Es en esto cuando siento una gran presencia a mis espaldas; un instinto que me llama a voltearme me hace quedar de cara a un milagro, la congregación de todos mis compañeros de trabajo, mirando asombrados una bolsa de papel que uno de ellos sostenía con pleitesía: una bolsa de KFFC, Kentucky Fucking-Fried Chicken. Me acerco, raudo a la vez que cauteloso, para ver maravilla de maravillas a mis pies, no una, ni dos, sino cinco bolsas del Kentuchy "¿qué hueá es esto? ¿qué está pasando?" escucho a alguien decir; tal vez fuera yo. "Un cambiazo" retruca alguien. Iluminados, entendemos todos la situación: un buen amigo de otra cadena alimenticia, harto de comer lo mismo todos los días, nos trucaba pollito crispy por pizzas. Aceptando todos, de forma tácita no decir nada de esto a superiores, procedemos a atacar la novedosa merienda. Cerdos. Fuimos unos cerdos, y se queda corta la descripción con eso. Tan sólo imagínense esto: siete hombres comiendo pollo con las manos desnudas, con el crispy cayéndose a pedazos de entre sus dientes, tomando papas fritas, flácidas y frías, a puñados, mientras se las introducen en cámara lenta en sus bocas, aún masticando el pollo, que acompañado de puré en un envase comido con los dedos, se desliza por sus barbillas. Grotesco, como la naturaleza misma del hombre en una imagen. "Hueón, no tengo hambre, estoy comiendo porque está muy buena esta hueá", valiosos segundos en los que mientras hablaba uno, el resto tragaba como condenados. Un par de segundos y las bolsas vacías. Una mirada al suelo. Papas en el suelo. Papas en la silla. Papas en los zapatos. Papas en las mochilas. Papas en la ropa. Papas debajo de la mesa. Papas cayendo en slow motion. Papas, papas, papas. Papas que continuaron en el suelo por tres horas, como evidencia, porque nadie tomaría una escoba hasta que ya todo el mundo su hubiese ido y quedase eso como lo último por hacer. Cada uno haciéndose el hueón, va a realizar sus labores, que claramente no consistían en limpiar el magnicidio tubercular-gallináceo ocurrido junto a los baños. Tomo un tomate, lo lavo, le saco la parte dura, lo corto en rodajas, lo pongo en una malla que lo corta en cuadros. Cueeejk, suena. Una linda chica se me acerca, pregunta por la esponja, y le doy por respuesta una conversa. Estudiante de filosofía, conocida de una conocida de un conocido, y que conocía nuestra revista; haciendo tesis pero sin saber de qué la está haciendo, como me figuro que se hacen las tesis en filosofía desde que entré a la carrera. Bella piel morena y cuello anguloso, una mujer de las que se amarían con pasión, en cuanto los ojos se encontrasen en un rincón obscuro. Se va, y me deja con un agradable sabor en la boca. Es el pollo. Me encanta el pollo crispy.

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